Y a buen hambre, no hay pan duro
Siempre se ha dicho, y es bastante cierto. Somos una generación afortunada: en la España que vivimos hoy, no hemos conocido el hambre de verdad -al menos los que tenemos menos de 50 años-. El pan más duro que hemos probado son los biscotes de nuestra infancia, modernizados hoy como tostas para aperitivo.
Pero la razón de ser de los biscotes no es el hambre. Se inventaron para poder viajar con provisión suficiente. Biscote significa "cocido dos veces" y gracias a ello, desecado. Y al perder el agua, era difícil que los mohos, bacteria, levaduras o lo que fuere proliferaran. Es un ántiguo método de conservación: la desecación, utilizado con las carnes y el pescado, con las verduras y las legumbres. Se ha hecho también tradicionalmente con el pan, dulce o salado: al dulce le llamamos galletas, al salado, biscote o tosta.
Y para poder decir con satisfacción que en casa no se tira nada, las pocas veces que se queda algo de pan casero atrasado... se recicla. Una veces es un
pudding (un flan con pan, y rima), otras veces pueden ser estas tostas para el aperitivo.
El pan hecho en casa, con masa madre si puede ser, y bien cocido, difícilmente se estropea: no he visto que le salga moho a nuestro pan casero, a pesar de que vivimos en una ciudad calurosa y húmeda. Eso sí, puede terminar secándose. Y es la circunstancia perfecta para que el viaje a las tostas soñadas sea corto.
Lo primero es cortar el pan en rodajas muy finas: es sencillo si cuentas con una buena tabla (yo tengo una sólo para pan y otra para el resto de la cocina) y un buen cuchillo panadero.
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